Aunque menos de lo que debería, ha llovido mucho desde el lanzamiento de la versión original de Kingdom Come: Deliverance en compatibles y consolas de la anterior generación. Fue éste un lanzamiento que atrajo demasiados personajes indeseables, más interesados en hablar de polémicas vacías o etiquetas absurdas que del loable intento de Warhorse Studios por acercarnos una experiencia realista y documentada, a la par que ambiciosa, de la Edad Media en Centroeuropa.
A día de hoy, aquellas luchas sin cuartel contra cualquier producto que no se llene de propaganda gratuita en favor de corrientes de dudosa procedencia sigue al pie del cañón, intentando menoscabar la libertad creativa de estudios y diseñadores y, por supuesto, domesticar al jugador para que tenga las menores libertades de pensamiento posibles. A cualquiera con un mínimo de pensamiento crítico esto le haría pensar sobre si realmente hemos avanzado tanto como nos están intentando hacer creer, ¿no? No estamos tan alejados en cuanto a la ideología de aquella Edad Media en la que todos tenían a quiénes les decían cómo, dónde, qué y por qué…pero… quizá ese libro debamos abrirlo otro día, puesto que aquí sí os hablamos de videojuegos.
Como decimos y dado que durante estos últimos días hemos estado probando a fondo la edición recién salida del horno para Nintendo Switch de la obra auspiciada por Deep Silver, vamos a dejar las polémicas en un cajón bien cerrado y a prueba de ganzúas y os vamos a contar cómo se comPORTa (vale, perdón) nuestro protagonista en su andadura por los bosques y montañas del Sacro Imperio Romano Germánico en este Kingdom Come: Deliverance – Royal Edition.
Cualquier tiempo pasado…
El título nos sitúa en medio de la guerra civil por la sucesión del Rey de Bohemia, en el año 1403, transportándonos a un conflicto lleno de la oscuridad propia de la época. Ya desde esos primeros compases del juego, Kingdom Come: Deliverance no tiene ningún pudor en mostrarse tal y como es: desde que controlamos al bueno de Henry por primera vez, el juego nos va a dejar claro que no va a ser un paseo por el campo, sino una epopeya donde tendremos que trabajarnos el respeto del mundo que nos rodea a través de ser uno más, mejorando en cada una de nuestras habilidades y consiguiendo que nuestras decisiones tengan peso en el desarrollo de la aventura.
Esto que podría interpretarse como algo que ya hemos visto en varios juegos, cobra mucha más fuerza aquí dado que el sistema de progresión del personaje está íntimamente ligado a nuestra relación con el resto de protagonistas de la aventura y la forma en la que resolvemos las misiones. Las diferentes estadísticas del jugador no irán creciendo con valores númericos o con barras de compleción, sino haciendo uso de las diferentes habilidades, ya sea en combate, en diálogos o en nuestra forma de desplazarnos por el escenario, algo que dota de personalidad y naturalidad a la mencionada progresión del protagonista principal.
La orgánica forma que tiene el juego de hacernos crecer como protagonistas también se ha adaptado al sistema de misiones, incluso en cómo el juego nos permite acceder a los cinco DLC que esta versión incorpora (Treasures of the Past, From the Ashes, The Amorous Adventures of Bold Sir Hans Capon, Band of Bastards y A Woman’s Lot) y que nos permiten seguir la guerra desde otros puntos de vista, enriqueciendo aún más un universo creado con el rigor propio de aquellos que hacen un esfuerzo por ambientar como es debido su juego, y que cuenta con la suficiente pegada como para presentar batalla durante más de 100 horas si deseamos conocerlo en su totalidad.
Toda esta forma tan «humana» de presentarnos el conflicto y cómo le hacemos frente se adereza con toques de simulador de vida, teniendo que controlar nuestra forma de vestir, nuestra higiene, descanso y nuestro apetito si queremos llegar a buen puerto. Por suerte, estos elementos se han integrado de forma no demasiado intrusiva, por lo que dan fuerza al conjunto pero no hacen estar pendiente al usuario en demasía.
…fue más duro
Kingdom Come: Deliverance no es un juego amigable, eso debe ir por delante. Es rudo y medieval (je), pero como ya hemos comentado en párrafos anteriores, esa dureza refleja con brillantez el mundo en el que tiene lugar. No quiere decir esto que no haya que criticar según qué elementos de su jugabilidad, pero en cierta medida se agradece que no todo sea coser y cantar en la aventura checa.
Ya hemos mencionado que el crecimiento de nuestro personaje tendrá como elemento diferenciador el tiempo que empleemos en hacer cosas con él, algo que se refleja en nosotros como jugadores y en nuestra forma de familiarizarnos con los mandos (pese a que tiene un esquema de control bastante básico) y con la propuesta, por lo que al principio incluso cosas como montar a caballo se nos hará tosco y torpe. Esto mejora con el tiempo, aunque es cierto que podría estar un poco más pulido para no frustrarnos más de la cuenta.
Uno de los elementos más llamativos de Kingdom Come: Deliverance es el sistema de combate: alejándose de otros juegos de corte más sencillo, nos coloca en peleas que se asemejan más a lo visto en For Honor, teniendo que controlar la espada en varias direcciones, vigilar el cansancio y cubrirnos para evitar ser derrotados. Podría estar mejor resuelto sin duda, pero aporta un toque fresco y anima a probar estrategias y combinaciones variadas.
Para terminar de hablar de la propuesta jugable, no podemos olvidarnos de la relación del mapa con las misiones y la forma en la que las resolvemos. Siempre tendremos varias opciones para completar nuestros objetivos y en multitud de ocasiones no será suficiente con ir del punto A al B, sino que tendremos que hacer uso de nuestra espada o de nuestro «piquito de oro», además de nuestra capacidad de investigar y recorrer los escenarios, para conseguir nuestros menesteres. Pocos juegos del género son capaces de conseguir esta «naturalización de las tareas», si se me permite la expresión.
Una ambición desmedida
Desde el propio estudio siempre se dijo que Kingdom Come: Deliverance sería muy ambicioso y ya en 2018 quedó patente en lo técnico que así sería. Por desgracia y pese a que estamos ante un port de altísimo valor, del que ya podrían aprender otros estudios que llevan tiempo viviendo de las rentas, los problemas técnicos siguen haciendo acto de presencia en la versión de la híbrida de la gran N.
Hemos tenido que hacer frente a latigazos en los frames, errores en la carga de texturas e incluso algún que otro «crasheo», siendo esto último algo que parece haber desaparecido tras el parche publicado el mismo día del lanzamiento. Otro de esos problemas que parece haber encontrado solución con la mencionada actualización (y os prometemos que no fue por drift, dado que hemos probado con varios controladores) es que la cámara bajaba a la altura de los pies de forma autónoma, algo que el primer día de nuestra aventura nos hizo cabrearnos bastante. Por suerte, como decimos, parece que este problema de la cámara se ha subsanado.
Visualmente resulta muy agradable y atractivo, con escenarios realmente bonitos. La iluminación y el uso del color redondean un aspecto general que tendría su mayor pega en las expresiones faciales, pero que denota mimo y saber hacer.
Como buen juego de rol de la vieja escuela, tendremos un montón de información tanto en el HUD como en los menús. Los objetivos y el mapa quedan suficientemente claros de un rápido vistazo tanto en versión portátil como en la versión dock, pero los caracteres más pequeños cuesta mucho verlos en la versión autónoma de Switch. Algo que puede parecer anecdótico consideramos que es un dato bastante importante a tener en cuenta, principalmente si consideramos lo que venimos diciendo durante todo el análisis sobre la importancia de según qué estadísticas para llevar a cabo los objetivos. Es un hecho: la pantalla de Switch se le queda pequeña a Kingdom Come: Deliverance
Con respecto al sonido, voces y efectos cumplen sobradamente y la elección musical es notable, acompañando con variedad y calidad los pasos del héroe.
Conclusiones
Kingdom Come: Deliverance – Royal Edition es un acercamiento notable del juego de 2018 a los circuitos de Switch, capaz de engancharnos a su mundo e historia siempre que decidamos pagar el peaje de que no es amigable ni pretende serlo. Es un juego duro, que requiere de cariño e interés por parte del jugador y que no está exento de fallos, sobretodo en el aspecto técnico. Una vez superada esa barrera, su orgánica forma de desarrollarse, su sistema de combate y su agradable aspecto debería hacerle tener un lugar reservado en el tiempo de todo buen «rolero» que se precie.