Después de 5 meses y 175 horas, por fin, he completado The Legend of Zelda: Breath of the Wild, y ahora mismo siento un vacío existencial tan grande como la llanura de Hyrule y las cuatro tribus juntas.
Me parece increíble que este momento haya llegado de verdad, el final de una aventura que comenzó, no hace 5 meses cuando compré el juego, sino mucho antes.
Tampoco desde aquel glorioso Nintendo Direct de enero con ese tráiler tan memorable, o cuando se presento por primera vez en el E3 hace 3 años, provocándonos un hype que se nos salía del cuerpo, imaginándonos que podría ser ese pequeño teaser que se nos presentaba.
Esta aventura comenzó hace tanto que ni me acuerdo, desde ese momento en el que alguien que comparte nuestro amor por los videojuegos nos hace esa pregunta que todos hemos respondido alguna vez.
“¿Cómo sería tu videojuego perfecto?”
Y yo siempre he respondido lo mismo una y otra vez; un juego que te permita ser libre, que puedas hacer lo que quieras, como, cuando y donde quieras, un vasto mundo que recorrer lleno de aventuras, extraños seres y hermosos paisajes. Un mundo en el que perderte y olvidarte de todo, donde puedas sentirte uno más dentro de él.
Y finalmente, ese juego con el que siempre he soñado, por fin se ha hecho realidad (contiene spoilers).
The Legend of Zelda: Breath of the Wild
Debido a que tengo el final muy reciente y no paro de darle vueltas, me encantaría pasarme todo el texto comentándolo exclusivamente, pero vamos a hacer las cosas bien y empecemos por el principio.
La primera vez que sales del santuario de la vida y observas desde la colina el inmenso mundo que te espera, creo que es algo que se nos queda a todos en la retina, porque es la imagen perfecta que resume todo el concepto del juego; esa sensación de libertad que nunca antes he sentido, poder llegar hasta donde me alcanza la vista sin muros ni restricción alguna.
Das tus primeros pasos por la llanura y recoges algunos alimentos, te enfrentas a tu primer bokoblin y al poco tiempo ante tu sorpresa ya has muerto. Vaya, esto no va a ser un camino de rosas, nadie te lo va a dar todo regalado, el pan de cada día hay ganárselo.
Y este es primer concepto que me encantó del juego, porque cuando veía los gameplays no me convencía del todo el factor “RPG” que le habían incluido. No soy demasiado fan de este género y que lo metieran en Zelda no me convencía nada. Pero una vez a los mandos entiendes que es necesario el uso de esta dinámica porque le da sentido a la naturaleza del juego.
Necesitas comer para seguir viviendo, continuamente ves infinidad de alimentos repartidos por tu camino, y no solo eso, de algún modo tendrás que defenderte, pues a lo mejor si coges aquella espada que esta allí tirada pueda servirte. Y, ¿qué es eso que brilla en la pared?, qué rara es esta piedra, a ver si le doy unos golpes y me da algo.
Todo es un mundo vivo, un mismo ecosistema en el que el extraño eres tú y tienes que adaptarte a él para continuar tu viaje, investigando, descubriendo por ti mismo cómo funciona sin que nadie te diga nada.
Bueno, nadie nadie tampoco, porque de repente nos pilla el Rey y nos manda a salvar (prefiero la palabra ayudar) a Zelda, con lo a gusto que estaba yo haciendo el cabra por la montaña.
Paravela en mano nos vamos a la aventura y ahora es cuando a empezamos a recordar que esto es un Zelda, que existen los poblados, los vendedores, nuestros queridos cucos y como no, Impa esperándonos para explicarnos lo que ha pasado. En este momento es donde llegó mi primer “pequeño” chasco con el juego, y es que después de ver tanto símbolo sheikah, un monje en cada santuario y que la nueva tecnología de Hyrule pertenecía a esta buena gente, creía que por fin se ahondaría en la historia de estos y se resolvería alguna duda; pues no, los sheikah son la raza más importante de todo el juego pero una vez más son completamente ignorados, excepto 2-3 conversaciones que aportan algo y confirman mis teorías acerca de estos.
Aunque bueno, sólo con conocer a la vergonzosa Pay merece la pena la presencia de los peliblancos, otro ship más para Link. Fuera coñas, parece que no pero con las misiones secundarias y demás creo que le dan bastante bombo a esta relación los desarrolladores, si no existiera Zelda, claro.
Más tarde llegamos al poblado Zora y me llevo mi segundo “pequeño” chasco, y es que los elegidos están muertos. A ver, con los tráilers me había hecho unas ilusiones, me imaginaba que conoceríamos a estos y que nos acompañarían en la aventura, pero no, han muerto hace 100 años y la única interacción que tenemos con ellos son los recuerdos. Pues vale, pero aunque quiera mucho al príncipe Sidon y compañía, me hubiera gustado vivir esos momentos con los auténticos elegidos, sobre todo con Mipha.
Quitándonos esos detalles que no me convencieron del todo, sigamos con lo bueno que de eso hay para rato.
Las bestias divinas me encantaron, la verdad, no imaginaba que estas fueran a ser las verdaderas mazmorras del juego. Todas tienen su toque e ingenioso mecanismo que te sorprende. Es verdad que no es que sean los puzles más difíciles de la saga y que los jefes finales les falta algo de originalidad. A mí personalmente el elefante y el camello me parecieron increíbles, la combinación de la movilidad de la trompa en el primero y el uso de la electricidad en el segundo me parecieron fantásticas. Pero pensando en la continuidad del juego y en su mecánica, me parece la forma perfecta de meter las mazmorras clásicas en este.
Cualquier otra cosa hubiera roto el ritmo y con los 120 santuarios tenemos más que suficientes desafíos con lo que entretenernos durante el camino y desviarnos de nuestro viaje.
Porque eso es lo importante del juego y el por qué está siendo tan aclamado; por el increíble viaje que vivimos durante la aventura. La jugabilidad en su máxima expresión, ya sea poder alcanzar la montaña más alta o poder encender una flecha acercando esta al fuego. Y es que son esos únicos e infinitos detalles los que también hacen tan especial al juego. Si tiras una flecha al suelo lo normal es que luego puedas recogerla, ¿no?; si hay una tormenta es peligroso llevar cosas metálicas, ¿no?; si prendes la hierba de un prado cuando hace viento lo normal es que todo salga ardiendo, ¿no?
Pues aunque todo eso nos parezca normal y lógico, nunca se había plasmado en un videojuego, nunca se había creado un universo tan vivo y real en el que poder dar rienda suelta a nuestra imaginación y que se haga realidad todo lo que se nos pasa por la cabeza. Personalmente, el movimiento de la hierba al pasar era como una droga para mi, verla moverse con el viento y el precioso verde que reflejaba con la luz del sol me superaba.
Y dejando de lado la perfecta jugabilidad y físicas del juego, hablemos de lo que a mí me ha fascinado de la historia de Breath of the Wild, y de los que a pocos o a ninguno he visto resaltar.
Zelda es la protagonista de este juego. Puede que en cierto modo siempre lo haya sido, simplemente por estar en el ojo del huracán, pero ha sido en este título donde yo he sentido que de verdad estaba viviendo la leyenda de Zelda.
Os voy a confesar algo, y es que yo al personaje de Zelda nunca le cogido “cariño“. Siempre ha sido más una excusa para terminar el juego que una auténtica razón por la que completar la aventura. De hecho, mi título favorito de la saga es Twilight Princess, donde prácticamente Zelda ni aparece y todo el protagonismo recae en Midna, siendo realmente SU historia. En Skyward Sword sí empaticé un poco más con el personaje, pero tanto el Link como la Zelda del título de Wii no me convencen demasiado, me parecen dos jóvenes felices que de repente se encuentran con ese destino más que los verdaderos elegidos.
Pero en este título Zelda me ha cautivado, me ha emocionado, realmente ha salido de mí el deseo de ayudarla más que una mera obligación impuesta. Porque nunca había visto a una princesa tan humana, con motivaciones, inseguridades y tan vulnerable al fracaso, lejos de la visión de una diosa y más como una simple persona.
Recuerdo a recuerdo me iba conquistando un poco más, sorprendiéndome al sacar su carácter contra Link y enterneciéndome al explicarme el significado de su flor preferida. Este sistema de recuerdos nunca me convenció del todo, porque pensé que la mejor forma de realizar este juego era junto a Zelda, viviendo la aventura con ella, pero debido a la tecnología de IA actual creo que por ahora es algo imposible, sólo en pensar en algo parecido a la misión con Yunobo me horrorizo.
Le he estado dando muchas vueltas y creo firmemente que este sistema de recuerdos era lo mejor para seguir con interés la historia sin estropear el ritmo del juego, porque una Zelda presente en el juego, sería otra recadera más que mandaría a hacer esto o lo otro, sin llegar a conectar con ella o sentirnos sus iguales, y gracias a estos flashbacks hemos conseguido conocerla, siguiendo nuestra propia aventura pero sin olvidarnos de ella.
Y es en el final donde de verdad he sentido que esta era su historia, porque durante 100 años ha sido ella la que ha salvado al reino conteniendo a Ganon, porque sí, somos nosotros los que hemos debilitado y estamos luchando contra él, pero por primera vez es Zelda la única capaz de asestarle el golpe final, la verdadera elegida que supo aguantar las críticas, superar sus propios miedos, encontrarse a sí misma y finalmente destruir de una vez por todas a Ganon con su poder, salvando el reino y devolviendo la calma a Hyrule.
Conclusión
Este juego ha sido una fascinante aventura que no he querido terminar, hasta el último momento quería seguir explorando más y más descubriendo todos sus secretos, y aunque todavía me queda alguna misión que otra por hacer y cientos de kologs que encontrar, siento que aquí se termina este capítulo de la saga.
Le digo adiós a este juego que me ha mostrado que si haces las cosas bien, con esfuerzo y dedicación, puedes conseguir algo increíble y llegar un paso más allá, creando un nuevo estandarte en el mundo de los videojuegos, porque como todos sabemos, este Zelda de una forma u otra marcará historia.
Por fin he podido jugar al juego que tanto esperé, y ante mi asombro, no ha sido el título que siempre he soñado, porque aunque me haya encantado en todos los aspectos, siento que no es el juego perfecto, porque para mi sí es posible combinar una historia perfecta con una jugabilidad perfecta, pero simplemente aún no ha llegado el momento.
Esto no es algo negativo, todo lo contrario, Breath of the Wild me ha servido para darme cuenta de hasta donde se puede llegar en un videojuego, abrir nuestras mentes a nuevos conceptos que ya teníamos asumidos, a darme cuenta que siendo tan maravilloso aún se puedo mejorar más y que a aquel juego tan perfecto que siempre soñé algún día se hará realidad.
Porque Breath of the Wild me ha vuelto a recordar que hay muchos juegos
Pero solo uno es