MakinGames, estudio independiente formado por Nic y Anna Makin, nos propone rememorar las tardes de vicio de nuestro niño interior con Raging Justice, en lo que pretende ser un golpetazo directo a la nostalgia de los jugones más veteranos. Junto a ex-miembros de Rare y aprovechando los ratos libres que han tenido durante cuatro años, la primera propuesta de la desarrolladora trata de reavivar nuestro recuerdo de miticazos como Street of Rage, Final Fight o Double Dragon en un título chocante cuanto menos.

In the Guetto

Tranquilidad, no me ha poseído el Príncipe Gitano. Aunque ya lo supongáis leyendo las líneas de arriba y dadas las fuentes de las que bebe el juego, como en casi todos los títulos de este corte, nos encontramos con una propuesta en cuanto a la narrativa que más o menos intuye todo aquel que conoce, aunque sea de oídas, el mundo de los videojuegos. En una ciudad en la que la corrupción y la violencia han alcanzado unas cotas nunca vistas antes, y con personas muy malas, muy malas, adueñándose de sus calles, tendremos que abrirnos paso a mamporros para convertirla en un sitio mejor en el que vivir, superando niveles llenos de maleantes antes de llegar a los jefes finales que protegen las siguientes zonas de nuestra espiral de destrucción y venganza.

Tendremos a nuestra disposición 3 personajes seleccionables, que irán íntimamente ligados con la forma en la que queramos desprendernos de los chungos que han invadido la ciudad. De esta manera, si queremos basar nuestra forma de pelear en la fuerza bruta, Rick Justice, el veterano pero efectivo policía será la mejor elección. Nikki Rage es la más equilibrada y Ashley King el más ágil. Independientemente de estas características, elegir a uno u otro no tendrá repercusión en el guión o desarrollo de la historia, más allá de lo irónico (y casi facepálmico) de ver a un niño de 15 años peleándose con bandas armadas.

Ashley Raging Justice

El argumento limitado y previsible no es el único cliché que MakinGames ha utilizado para montarnos en su particular DeLorean de los brawler. La escasez en el diseño de macarras y la variedad de ellos hacen que a partir del segundo nivel hayamos visto todo en cuanto a enemigos se refiere, excepto a los jefes finales de cada pantalla, algo más originales y con mecánicas propias.

Todo es un caos… incluidos los controles

En este panorama desalentador para la tranquilidad vecinal, podremos llevar a cabo nuestro periplo contra las huestes de amigos de lo ajeno en 2 modalidades de juego: la historia propiamente dicha, en la que solos o en cooperativo local con otro jugador tendremos que ir derrotando enemigos mientras avanzamos por los niveles, o un modo arena, en el que únicamente tendremos que centrarnos en repartir golpes, llaves y patadas.

raging justice coop

En el modo historia, tendremos pequeños desafíos en cada nivel que harán que las partidas ganen un punto de interés sin ser algo que nos haga dar palmas con las orejas, aunque al menos es un añadido a los clásicos que no resta. Estos desafíos consistirán en finalizar una zona en un determinado límite de tiempo o arrestar a determinados enemigos en lugar de acabar con ellos.

Es con esta mecánica con la que se otorga un poco de chispa a la jugabilidad, ya que, al noquear a un enemigo, podemos elegir si ponerle las esposas para que la ley caiga sobre él o rematarlo. Si decidimos arrestarlo, además de poder cumplir ciertos retos de misión que comentábamos antes, recibiremos un objeto para recuperar salud, lo que sirve mucho para gestionar nuestra barra de vida y poder completar nuestra misión. Además de esto, mediante estas decisiones activamos un nivel de karma, que determinará si somos “poli bueno” o “poli malo”.

Si bien el título anda bastante escaso de modos de juego, en el caso en el que la propuesta se ejecutase de manera convincente y todo funcionara relativamente bien no sería demasiado problema, pero es que el caos en el que se ha sumido la ciudad no será el único al que tendremos que hacer frente ya que el sistema de control del juego es fallido, ortopédico y completamente frustrante.

En primer lugar, el control está mal implementado y esto se hace bastante evidente en casos como pulsar el botón “agarre” (recoger objetos y hacer presas a los enemigos) y que se entrelacen sus funciones según le venga en gana, resultado que se agrava al estar las hitboxes completamente descontroladas. En segundo, la reacción del personaje a nuestras instrucciones es tardía, torpe y a veces, casi inexistente. El control no responde ni siquiera a los estándares de 1.990, lo que por mucho que nos quieran hacer llegar la nostalgia, lo que nos alcanza es la mayor y más absoluta frustración. Y ya el colmo de los colmos es la incapacidad de romper un combo de cualquier enemigo, por débil que sea, y me explico: perderás ineludiblemente la mitad de la vida o más si a un grupo relativamente numeroso de enemigos le da por engancharte con una coreografía de golpes de la que no puedes escapar a menos que utilices un ataque especial que te resta vida. En cambio ellos, con el más mínimo roce, te desmontarán cualquier ofensiva aunque les estés dando la tunda de su vida.

Raging Justice Cobrando Ineludiblemente

Bumping in the 90’s

Si con algo se ha conseguido que viajemos al pasado jugando a este juego es con el apartado artístico. El efecto fotorrealista de los personajes en pantalla al más puro estilo Mortal Kombat I, con animaciones al nivel de aquellas, se mezcla con escenarios coloristas en 2D realizados con bastante acierto, tanto que desentonan, por estar demasiado bien hechos, con todo lo demás que vemos. Y ojo, dicho esto, y una vez se nos han escapado varias carcajadas con lo ridículos que resultan los enemigos al celebrar cómo caes al suelo o pierdes una vida, hay que dejar claro que éste no es el problema de Raging Justice. Es feo aposta, y con avaricia, pero junto con el pueril argumento, es de lo poco que lo acerca mínimamente al encanto de aquellas tardes de recreativos, recordándome en cierto modo a Mutation Nation.

Durante la partida, tendremos acceso a diversas armas con las que repartir estopa, como espadas, bates, martillos o mecanismos (bendito tractor) que están bien representados, principalmente en sus catastróficos efectos sobre los enemigos, provocando a menudo una sonrisa malvada en nuestro rostro, y que ayudan a limpiar un poco la imagen del título, aunque no lo salven.

En cuanto al sonido, ninguna melodía o efecto destaca ni en lo positivo ni en lo negativo, resultando un título con un apartado sonoro plano, siendo esta otra de las grandes diferencias con respecto a los títulos de la década prodigiosa de los “Yo contra el barrio” a los que intenta homenajear.

Conclusión

Raging Justice es un intento fallido de homenajear una época y género únicos, dado que no adquiere prácticamente ninguna de las características que hicieron brillar a aquellos. Es evidente que un juego no puede salir bien si está hecho a ratos, sin la dedicación requerida, por mucho que a quien lo haga le guste, y este caso no ha sido la excepción, por mucho que Rare aparezca en el currículum de los encargados del desarrollo.

Un control que abraza el bochorno, repetitividad pese a la poca duración de la propuesta, escasez de modos y el tener pocas cosas destacables salvo las herramientas para el combate y el modo coop, hacen que lo recomendable para homenajear a esta era dorada de los videojuegos sea mirar a otro lado, como a Wulverblade, por ejemplo.