A veces, por suerte, en la vida te topas con títulos como Journey. La obra de Thatgamecompany, lanzada en el ya lejano 2012, consiguió escribir con letras doradas en el gran diario de la industria. Con más de medio siglo a sus espaldas, el sector del videojuego se ha convertido en uno de los más lucrativos del mercado. Capitalismo a parte, o quizás no tanto, estamos siendo testigos del fenómeno de expansión del medio. Ya sea de forma constante o casual, el grueso de jugadores aumenta conforme la sociedad avanza, y a la vez que maduramos entramos a formar parte de ese sector que, como si de una rueda se tratase, decide cambiar su tiempo por dinero. Con esto, dejamos de lado pasiones del pasado, juegos infinitos a los que dedicábamos cientos de horas, y buscamos experiencias más cortas con las que no tardemos en conectar. Poco a poco, la llama de nuestro hobby, casi de manera obligada, se apaga, dejando unas pequeñas cenizas que, con la tecla correcta, volverán a arder. Y aquí, como ya podéis adivinar, es dónde entra Journey.
¿Codicia o altruismo?
A estas alturas es imposible contar algo inédito sobre esta obra. Con la colaboración de Santa Monica Studio, Sony decidió distribuir un pequeño título indie que, a la postre, conseguiría conectar con todo aquel que se sumergiera en su historia. Journey es complejo y simple a la vez, una odisea tan sencilla de superar como cuesta arriba de afrontar, y es en estos extremos dónde encuentra el equilibrio. De hecho, este juego es frío y calor, nieve y arena. Como si de un reloj de esta última se tratase, cada paso en Journey cuenta. En este cuadro en movimiento nos sentiremos desprotegidos, abrumados ante la inmensidad de un paisaje que va más allá de nuestra vista. Caminamos, recorremos la calurosa senda de un desierto que quema, y comenzamos a comprender con el paso de los segundos que no estamos ante una de las aventuras clásicas del medio.
Thatgamecompany buscó con este juego dar un paso más allá, ofrecer una experiencia tan única que, sin palabras, nos haga sentir cada momento como nuestro. En Journey no vivirás la experiencia del personaje, tú serás parte de la misma, y esta te llevará a cruzarte en los caminos de jugadores que, como si de una calle transitada se tratase, no volverás a ver en tu vida. En la inmensidad de su escenario, cuando todo te parezca incomprensible, siempre encontrarás otro alma con el que vagar hacia lo desconocido. Te cogerá de la mano, te gritará algo indescriptible, y juntos comenzaréis a recorrer una senda eterna y a la vez finita: conocemos el principio y, aunque somos conscientes de su final, no atisbamos a imaginar el mismo. Journey conecta directamente con la vida adulta, busca el lado más humano y cooperativo de las personas, y cimenta su mecánica en ayudar al prójimo a superar obstáculos a la vez que tú enfrentas los mismos. Pero… ¿realmente apoyas o solo buscas el beneficio propio?
El descanso que todos merecemos
Podría decirse, siempre que nos quedásemos en una zona superficial, que Journey trata sobre la codicia humana. Y, en cierta medida, no nos faltaría razón. A medida que avanzamos la historia, nuestro pañuelo incrementará de tamaño si hemos sido lo suficientemente hábiles. Y, con una característica tan simple, podremos diferenciar a los “buenos” jugadores de aquellos no tan expertos. Y juzgamos. Incluso, ya dominando el título por completo, obtendremos un precioso atuendo blanco que, más allá de su valor estético, carece de valor alguno. Por simple apariencia, asociamos automáticamente que existen individuos por encima de otros, y otorgamos una categoría competitiva a un título que, en todo momento, huyó de esa etiqueta. En algún punto del viaje, nos olvidamos de la máxima de Journey, un juego hecho para ser disfrutado en compañía. Pero, como caído del cielo, llega el silencio y, con él, una de las escenas más hermosas de la historia de los videojuegos.
Con la montaña en el fondo y el sol poniéndose tras la misma, observamos cómo el personaje principal desciende a través de un camino de arena que, cual reloj, deja atrás cada grano que no volveremos a recuperar. Durante algo más de veinte segundos disfrutamos de un momento maravilloso, una simbiosis perfecta con un título que, a estas alturas, ya habrá conquistado nuestro corazón. Tras esta escena, el descenso a la desesperación de Journey es evidente, llevándonos de la mano por parajes oscuros que, según avanzamos, tornan su esencia en una atmósfera tan gélida que asusta. Continuamos nuestro camino, disfrutando de cada fotograma que tenemos delante a la vez que nos preguntamos qué estará por venir. Como en la vida, nos cuesta centrarnos en el ahora, ya que el pasado alberga buenos y malos recuerdos a la vez que el futuro nos tienta con su incerteza. Y el tiempo, nuevamente como en un reloj de arena, deja de tener sentido. Lo que ya fue no será, lo que será no es, y lo que es dejará de ser.
El viaje se prepara para llegar a su fin. Acompañados, o no, llegamos a los compases finales de la obra. Tememos, vemos como imposible la posibilidad de llegar al final, pero tras la oscuridad vuelve a aparecer la luz. Volando, y no metafóricamente, nos dirigimos al final de nuestra senda, y cerramos con broche de oro una etapa que, si bien es corta, ha sido tremendamente satisfactoria. Con incertidumbre damos nuestros últimos pasos, fundiéndonos en uno con una luz que, además, nos imposibilita ver qué hay más allá. Todo ha terminado, cada grano de arena o copo de nieve levantado ya forma parte del pasado, y todas esas vivencias que sentimos como nuestras por primera vez ya no volverán a tener ese cáliz. Colocamos el mando sobre la mesa, apagamos la consola y damos vueltas a lo que acabamos de sentir. La vida, implacable, seguirá golpeándonos con fuerza día tras día. Pero, durante 90 minutos, sentimos otra vez ese calor en el pecho. Por desgracia este no es sempiterno, cuenta con principio y final, pero las escenas de Journey irrumpirán en nuestro pensamiento durante días. Y así, por arte de magia (de píxel), habremos recuperado nuestro amor por el medio. Porque Journey, a fin de cuentas, es ese descanso que todos merecemos.