De vez en cuando, una propuesta especial e intimista llega al mercado del videojuego. En una época en la que cada día se lanzan decenas de títulos diferentes es difícil vislumbrar nuevas experiencias más personales entre la aglomeración de mediocridad y morralla, por lo que encontrar este tipo de juegos siempre es una grata sorpresa.
The Stillness of the Wind salió el pasado 7 de febrero, pasando un poco desapercibido entre los medios que, parecer ser, no le han dotado de gran atención. Tal vez debido a la cantidad de lanzamientos potentes de estas últimas semanas donde Apex Legends, Metro Exodus, Far Cry: New Dawn, Anthem y Devil May Cry V, entre otros, han sido los protagonistas para el gran público. O tal vez por el extraño planteamiento del juego de Memory of God y Lambic Studios. Cierto es que no nos encontramos ante una experiencia para todo el mundo. La paciencia es un requisito indispensable para poder disfrutar —o al menos tolerar— The Stillness of the Wind. La rutina agota, la monotonía aburre, la costumbre cansa.
Talma es una anciana que vive —más bien sobrevive— en una apartada granja en mitad de un páramo donde su única compañía son cinco gallinas y dos cabras. Ya de por sí, el planteamiento del título es algo inusual por el mero hecho de que nuestra protagonista sea una mujer con muchos años a sus espaldas, con todo lo que ello conlleva, movimientos pausados y torpes marcados por multitud de recuerdos.
Lejos quedan títulos como Stardew Valley o Harvest Moon donde lo primordial es exprimir cada centímetro de terreno. Alejándose de la convención de la explotación de la industria agrícola-ganadera en nuestra propia granja, The Stillness of the Wind se acerca más hacia una extraña y cruda simulación de vida rural donde el entorno es hostil y el trabajo es duro. Talma se levantará cada día con los primeros haces de luz para cumplir con alguna de las escasas pero importantes tareas por hacer, y no lo hará para mejorar su finca, lo hará para comer un día más y seguir adelante, tal y como lleva haciendo toda su vida.
Cada día, Talma deberá ordeñar a sus cabras para luego hacer queso, recoger los huevos de sus gallinas, recolectar diferentes setas y plantas, cultivar la tierra (que deberá ser arada y regada) e ir a por agua al pozo. Estas tareas serán necesarias para poner un plato en la mesa de la anciana al final de la jornada. Y deberemos hacerlo competentemente, nada de tomar largos descansos o la noche se nos echará encima. Pero tampoco habrá que apresurarse. Si mientras hacemos queso hacemos click antes de lo indicado, retrocederemos y perderemos tiempo. Hay que ser paciente y eficaz. Para Talma, el paso del tiempo es inexorable. Todos los días son iguales, igual de cortos. Y es que como muchos dicen, percibimos el tiempo más rápido cuanto más hayamos vivido. El paso de los días seguirá su rumbo normal, saldrá el Sol por el Este y se irá por el Oeste, siempre el mismo Sol, el mismo cielo.
Cuando la rutina es demasiado fuerte, cualquier suceso por ínfimo que sea puede ser el gran momento diferenciador. El acontecimiento más esperado por Talma (y por el propio jugador) es la llegada a nuestras tierras del mercader, un simpático personaje antaño vecino de Talma. Este señor nos dará charla, nos ofrecerá negociar con sus mercancías y traerá el correo. Su llegada es anunciada con un silbidito, y aguardará tras la valla de la hacienda hasta que hablemos con él, a menos que tardemos demasiado ya que se marchará. Algo tan simple como parlotear sobre el tiempo o recordar viejos momentos de la infancia harán que conozcamos mucho más de estos personajes y de su relación. Algo como reunir a toda la familia en una divertida comida mientras que los adultos bromean y los niños juegan, ya quedó atrás.
Las cartas serán nuestro único contacto con los familiares de Talma. En estos escritos se contarán hazañas de nuestros hermanos, sobrinos y amigos. Algunos habrán conseguido sus metas, otros nos comentarán su paso por una crisis, y muchos de ellos, mostrarán la intención de visitar a Talma para huir de la marabunta de la ciudad, pero nunca terminarán de cumplir dicho propósito. Recordando y dando una dura lección a todos aquellos hijos y nietos que hacen lo mismo con algún familiar. La vida en la actualidad está repleta de cosas por hacer, todos tenemos una ajetreada agenda y se pospone en exceso la visita a aquella persona que tanto nos quiere. Eso sí, cuando esa persona ya no esté, subamos de forma hipócrita numerosos textos y fotos a redes sociales mostrando lo mucho que la queríamos pero obviando que solo la visitábamos en período navideño.
El entorno será un protagonista más de esta historia, repleto de recuerdos, como una tumba aún no olvidada, unos juguetes de niños ya mayores o una marca en un tocón. Todo queda lejos en este desértico terreno, incrementando la sensación de la lentitud de Talma y de que lejos quedaron ya tiempos más felices.
Algunas noches, cuando toda luz habida sea el tenue resplandor de la Luna, la crueldad en forma de lobos acechará la finca. Los aullidos nos impedirán dormir por lo que Talma hará todo lo que esté en su mano por defender lo que es suyo. El peligro se difuminará en la oscuridad tras varios disparos de escopeta —normalmente poco certeros— y habremos sobrevivido un día más. Al alba, contemplaremos impotentes la pérdida de alguno de nuestros inocentes animales a pesar de cualquier esfuerzo.
La llegada del invierno es ya inminente con el devenir de la pálida nieve. Una época dura para el poblador del campo, aún más para alguien anciano y solo. El frío hace que los animales mueran, los huesos duelan, los cultivos no crezcan, el pozo se seque, la leña se consuma. El mercader vendrá una última vez para despedirse afectuosamente de Talma y desearle lo mejor. Echaremos de menos esas cortas charlas, ese silbido, esa compañía.
Los últimos días pasarán velozmente, Talma ha vivido mucho, poco queda ya. En The Stillness of the Wind, el invierno representa la soledad, la pérdida, la tristeza, el paso del tiempo, o lo que es igual, la muerte, que terminará apagando a nuestra solitaria anciana como una vela, con nada más que el silencio y su melancólica melodía como compañía.
The Stillness of the Wind es una triste experiencia de subsistencia, paciencia, ausencia y pérdida, un vistazo a lo que supone la vida en el campo y envejecer, una mirada pesimista a la vida de una solitaria anciana. En lo personal, Talma me parece un fiel retrato de estas grandes mujeres (y hombres) de pueblo que han vivido y sufrido este tipo de vida. El tiempo inclemente acecha de cerca, disimuladamente, consume sin pausa, sin anhelo, desgasta el desgaste, progresivamente se da más prisa, cosechando lo inevitable.